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sábado, 24 de noviembre de 2007
Los comendadores de Córdoba
Coincidí con César Barló, el director de este montaje el pasado verano en los cursos de verano de El Escorial, en concreto, en uno que llevaba por título La puesta en escena de los clásicos, organizado por la RESAD. Tras la comida, César Barló nos hablaba de un proyecto que tenía en mente, en el que había estado trabajando y que, según sus propias palabras, "ahora había que mover" para conseguir representar. Unos meses después me he encontrado con un espectáculo redondo, maduro, que no desmerece las producciones de compañías que montan clásicos con más medios. César Barló y sus actores, todos procedentes de la RESAD, atesoran tanta juventud como talento y se acercan a Lope de Vega con descaro, con energía, pero también con sensibilidad y con respeto al verso, bien tratado en la adaptación y muy bien dicho por los actores.
La estética elegida es la de sala de teatro alternativo, de pequeño tamaño y para poco público, distribuido en cinco filas en grada. Los actores se mueven por el escenario con desparpajo y ayudan a construir la escenografía ora sujetando unas redes que simulan las rejas que marca la separación entre la ventana de una estancia y la calle, espacio desde donde hablan galanes y damas, ora arrastrando unas escaleras de madera polivalentes. Las numerosas salidas y entradas de personajes de escena se resuelven con maestría por medio de diversos artificios. Digno es de mención la combinación de utilería (de nuevo una gruesa red que envuelve a los protagonistas) e iluminación para ambientar el baño de sangre en que se convierte la última escena, donde se lleva a cabo la venganza del marido ultrajado.
Porque, tengámoslo presente, es de honor, una vez más, de lo que se habla en este drama áureo de Lope de Vega tan poco transitado. En concreto, del honor de un noble, casado con mujer joven y bella que, harta de las ausencias de su marido, encuentra consuelo en la donosura del comendador don Jorge, de quien se enamora. El regalo del Rey a don Fernando, el veinticuatro de Córdoba, de un anillo por su heroico comportamiento en batalla, desencadena el drama, al pasar de manos del Rey a las de don Jorge y de éstas a las de su esposa y de ésta a las del amante, don Jorge, en cuyas manos lo reconoce el Rey e, indignado, pide explicaciones a don Fernando y sugiere que lave su honor al precio que sea. Hemos disfrutado con la energía y la determinación de Alberto Gómez encarnando a don Fernando, con los juegos de seducción entre Antonio Sansano(don Jorge) y Rakel Camacho (doña Beatriz), así como los disparates de los criados, ni siquiera ellos escapan al sangriento final, en el que Lope, una vez más, restaura el honor a golpe de espada. La acción se trae a la actualidad enmarcando lo sucedido en los casos de violencia de género que ocupan los informativos prácticamente a diario. Magnífica obra que pide a gritos un teatro donde representarse con mayor continuidad que los tres días de noviembre que ha estado sobre las tablas de la sala de la RESAD.
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