miércoles, 30 de septiembre de 2020

A propósito de... Woody Allen


 

He vuelto a las bibliotecas públicas después de mucho tiempo sin pisarlas. En la Biblioteca Central de Coslada a finales de agosto me encontré frente a la autobiografía de Woody Allen, A propósito de nada y no pude resistirme. Me perdí la época dorada de Woody Allen y llegué a él en los 90, época en que pretendía convertirme en un entendido del cine y compraba la revista Fotogramas todas las semanas. Fue muy celebrada su Poderosa Afrodita y saludada una jovencísima Mira Sorvino como una gran actriz que con el paso del tiempo no llegaría a consolidarse. Ahora, en esta película estaba estupenda y divertidísima. Y, aunque me encandiló la película y me pareció un cineasta interesante, no me volví loco por seguir sus estrenos hasta 10 años después, con Match Point, una película que me encantó y que se apartaba de sus clásicas comedias protagonizadas por él mismo. Después vendrían Scoop, Blue Jasmine, Magia a la luz de la luna, hasta Café Society, todas me dejaron buen sabor de boca. En el siguiente enlace web encontramos la filmografía del director estadounidense, en orden cronológico, hasta 2017. En este otro, la revista Vanity Fair se atreve a ordenarlas de peor a mejor.

Así que tenía mucha curiosidad por leer lo que Woody tenía que contar sobre sí mismo. Se revela un apasionado del cine desde la infancia en su Brooklyn natal hasta sus precoces escapadas del colegio (del que no rescata ni un solo recuerdo positivo, y mucho menos de sus maestras) a Manhattan en metro, para meterse en cualquier sala en que proyectaran una película de su interés, salas de cinematografía como esas a las que rinde homenaje con la celebérrima escena de Jeff Daniels y Mía Farrow en La rosa púrpura de El Cairo. Desfilan montones y montones de nombres propios en las primeras cien páginas del lilbro: familiares, compañeros de oficio, productores, actores y, sobre todo, actrices. Los primeros trabajos como guionista para otros cómicos, sus incursiones en shows en vivo como monologuista, colaboraciones para programas de televisión hasta su flechazo con el mundo del cine en dos experiencias que no salieron mal del todo. Y, a partir de ahí, su fichaje por la potente United Artists, la cual le concedió muy pronto el control total sobre los proyectos que emprendería, algo que Woody Allen califica de trascendental para entender su evolución posterior. Toma el dinero y corre fue un éxito más allá de cualquier expectativa. Nos cuenta que décadas después, los hombres de negro empezaron a preocuparse porque los proyectos que emprendía el bueno de Woody ya no eran sinónimo de éxito en la taquilla. Ocurrió con tres películas consecutivas, entre 2002 y 2004: Todo lo demás; Un final made in Hollywood y Melinda y Melinda. Estaba previsto que su siguiente película, Match point, se rodara en Nueva York, pero problemas irresolubles que afectaban a la financiación y que podían acarrear que Woody Allen por vez primera en décadas tuviera que ceder parte del control artístico de la producción, así como una oferta de financiación imposible de rechazar procedente de Londres (si la acción de la película se desarrollaba en la capital británica) terminaron de decidirle a dar el salto para rodar en Europa, como había hecho en la primera película en la que participó el genio neoyorquino, la ya lejana What's up, Pussycat? La fórmula fue un éxito y se repetiría en años ulteriores con nuevas ciudades y nuevas películas. De nuevo, Londres, y después París, Roma, y Barcelona recibieron al director con los brazos abiertos. Y así ha sido hasta hoy, con la recientemente estrenada Rifkin's Festival, rodada en San Sebastián. Para Woody Allen a las facilidades para el rodaje y a las oportunidades de financiación se sumaba la posibilidad de proporcionar a su familia (Soon Yi y sus dos hijas) la experiencia cultural de vivir en lugares diferentes, iconos de Europa, por unos meses, disfrutar del turismo, de los museos, de la gastronomía... Es casi la única razón para alejarse de su querida Nueva York, a la que volvió en su penúltima película hasta la fecha Día de lluvia en Nueva York.

Y llegamos al asunto más espinoso de la biografía y de la vida del director. La acusación por parte de Mía Farrow a su entonces pareja, Woody Allen, de violar a una menor (Soon Yi), hija adoptiva de la actriz y de abusar sexualmente de la hija de ambos, Dylan, que entonces contaba 7 años. Woody Allen se defiende sin grandes aspavientos. Reconoce lo irregular e infrecuente de su enamoramiento de la mujer a la que, durante años, había visto como una niña, con el agravante de ser la hija adoptiva de su pareja. A partir de ahí, defiende un amor que ha perdurado, hasta la fecha de hoy, durante más de 25 años. Según el director, todo sucedió dentro de la legalidad, Soon Yi y él empezaron su relación tras la mayoría de edad de ella. La acusación de Mía Farrow se debió al deseo de venganza y al despecho tras ser abandonada. Y la pequeña Dylan fue inducida por su madre a inventar un relato que, a fuer de ser repetido a la niña una y mil veces, cobró vida en su imaginación y se convirtió en un recuerdo de algo que no había sucedido realmente. Aduce que fue absuelto de la acusación porque el testimonio de su hija adolecía de verosimilitud e incurría en contradicciones y que, años más tarde, cuando Soon Yi y él decidieron adoptar a sus hijas, no existió ningún informe contrario a su idoneidad como padre adoptivo. Denuncia que, a pesar de todo lo anterior, la sentencia del juez Elliot Wilk le absolvió del delito de abuso sexual, pero le retiró la custodia de su hija y le privó de una de las mayores satisfacciones de su vida: ejercer de padre de Dylan, a la que adoraba. La historia en los últimos años es bien sabida: la denuncia pública de Dylan, ya cumplidos los treinta, contra su padre, que ha vuelto a poner en la portada de los tabloides a Woody Allen. Acusación amplificada por el movimiento "Me Too", que ha generado el rechazo a trabajar con el director por parte de numerosos actores y actrices en ningún proyecto cinematográfico y el arrepentimiento de haber participado en otros anteriores. De todo ello se queja amargamente el neoyorquino y declara sentirse, por ello, víctima de una injusticia.

¿Y qué pensamos nosotros de todo esto? Pues que tal vez deberíamos leer la biografía de Mía Farrow o de Dylan Farrow, para equilibrar los relatos. Pero íntimamente deseamos que las acusaciones que se le imputan no sean ciertas, que el hombre haga honor al gran director de mujeres que es Woody Allen, que ha cooperado para que algunas de sus intérpretes femeninas consiguieran sendas estatuillas doradas. Nos gustaría pensar que alguien capaz de retratar con tanta ternura a Mariel Hemingway en Manhattan; a la encantadora Diane Keaton en Annie Hall; a la esposa deliciosa, hermana comprensiva e hija abnegada que representaba Mía Farrow en Hannah y sus hermanas; a la arrebatadora Scarlett Johansson en Match Point, a Cate Blanchett en estado de gracia encarnando a una elegante y frívola mujer que, a pesar de haber tocado fondo, se nos muestra entrañable y mantiene su dignidad contra viento y marea; y tantas y tantas actrices gloriosas en tantos papeles inolvidables no pudo abusar sexualmente de su hija de siete años. Y si la vida se pareciera un poco al cine, ese guion repulsivo sería imposible, ni siquiera, de imaginar.



domingo, 10 de mayo de 2020

Libros para la cuarentena III: La montaña mágica, de Thomas Mann

http://www.edhasa.com.ar/libro.php?ean=9788435008914&t=La+monta%C3%B1a+m%C3%A1gica


     (Atención, puede contener espóiler) Al leer varios artículos, como ya hemos comentado en el blog, relativos a lecturas aconsejadas para la cuarentena, aparecía este libro en el suplemento literario Babelia, de El País,apadrinado, nada menos que por Mario Vargas Llosa, y las opiniones del escritor peruano sobre literatura hay que tenerlas muy en cuenta (mucho más que aquellas que vierte como comentarista político, pero en fin, ese ya es otro tema) ¡Qué acierto tan fantástico y vaya sorpresa favorable la de esta lectura! Mirando por el retrovisor, la primera vez que escuché este título fue en el programa apresurado de la Literatura del siglo XX, en el antiguo Curso de Orientación Universitaria (el afamado C.O.U.), junto a decenas de lecturas más a las que prometí atender algún día. Después, no encuentra uno el momento pero, desde la declaración del Estado de Alarma el pasado 14 de marzo, sentí que el universo me mandaba señales inequívocas de que tenía que leer este libro. No solo por encabezar las recomendaciones de los suplementos culturales, sino, sobre todo, por ser el libro preferido de la protagonista de mi anterior lectura, la Dita Adlerova de La bibliotecaria deAuschwitz, que ha sido objeto de un post reciente. Argumentaba Dita que el encierro en el sanatorio de Berghof en el que ingresa el protagonista de La montaña mágica, el joven alemán Hans Castorp, tenía, salvando las distancias, similitudes con el de la propia Dita. Ambos son lugares a los que se llega con la idea de que será un destino temporal, y con desesperación, con el lento discurrir de los días, uno toma conciencia de que la estancia allí llevará más tiempo de lo previsto. A la vez, se trata en ambos sitios de que la vida y la muerte bailan de continuo una macabra danza y los personajes cercanos a los protagonistas de ambas novelas están vivos un día y, al otro, ya no lo están. Es, sin duda, una novela de las que podemos calificar “de confinamiento”, idónea para una situación como la actual, que hace apenas unos meses no es que no pudiéramos ni siquiera imaginar, sino que habríamos rechazado por inverosímil si nos la hubiera planteado una novela de ficción de serie B que leyéramos en ese momento. La  habríamos considerado un exceso de la mente calenturienta de un escritor fascinado por las epidemias víricas.
     Según palabras del propio Thomas Mann en el prólogo, la novela está ambientada en los años previos a la I Guerra Mundial (o la Grand Guèrre, según la denominación que hizo fortuna en la mayoría de los países europeos). Pues bien, entrando en materia, Hans Castorp, el protagonista, es un joven prometedor de la burguesía de Hamburgo. Se quedó huérfano de madre y padre siendo un niño y, tiempo después, fallece también su abuelo, el patriarca Hans Lorenz, que había llevado el apellido Castorp a las altas cimas de la política local en su calidad de senador. Con la muerte de su querido abuelo, queda privado de lazos familiares y crecerá bajo la tutela legal de la familia Tiennapel, cuyo representante designado, el tío James, se encargará de hacer llegar al joven Hans las rentas mensuales que les corresponden dada la desahogada posición económica de su familia de origen.
     Así, Hans Castorp se ha convertido en el prototipo perfecto de pequeño burgués germano, un ingeniero naval de 22 años, recién licenciado, que se dispone a incorporarse laboralmente a la marina civil de su ciudad local y que, antes de ello, planea unas vacaciones en el sanatorio Berghof, en la localidad suiza de Davos. Después de atravesar Alemania en tren y parte de Suiza, llega por fin a la estación de Davos donde le espera su primo Joachim Ziemssen, joven de su misma edad, de aires y gestos marciales que espera hacer carrera militar una vez supere las dificultades de salud que le mantienen confinado en el sanatorio. Uno de los logros de Thomas Mann es aclimatarnos al ritmo de la novela con un primer cuarto de libro (unas 250 páginas) que narra las tres primeras semanas de Hans Castorp, como invitado entre los pacientes. Esta distinción no es baladí, ya que el ser paciente da un caché, un estatus, del que carece cualquier invitado, por muy interesante que este sea. Por otro lado el orden social allí está acrisolado a más no poder y Hans Castorp dedica todas sus energías a entender el funcionamiento de esa microsociedad, los resortes que hacen funcionar los grupos y que adjudican a cada persona recién llegada a uno u otro en función de su origen, la lengua en que se comunica, el estrato social del que procede, sus aficiones o inclinaciones, etc. En la sociedad aparte que constituyen "los de arriba" la actividad es mínima y se reduce a varias comidas al día como acto social protagonista, paseos, tertulias y, sobre todo, la inactividad más absoluta en forma de curas de reposo que se repiten varias veces al día. Allá, arriba el joven ingeniero Hans Castorp, enfermará, perderá a seres queridos, experimentará el amor más atormentado, sufrirá, cual poeta renacentista, el desdén de la amada, el mal de ausencia, la punzada de los celos, se iniciará en el deporte del esquí, se perderá en una tormenta de nieve tras ignorar las advertencias de la Naturaleza, todo ello con un concepto elástico del tiempo con el que Thomas Mann juega a su antojo, nos lo presenta de forma engañosa, nos lo escamotea, cual se de un trilero se tratara, parece que habla de meses y hete aquí que han pasado años.
Se trata de una vida jalonada de pequeños momentos sociales y, al mismo tiempo, donde no hay nada que hacer. Y es ese “dolce far niente” el que empareja este libro con nuestra época actual de parálisis por la epidemia, al igual que en el Decamerón, donde el marco o “cornice” que engarza las historias es también la necesidad de los jóvenes de ser entretenidos, de distraer su ociosidad, mediante el flirteo, la narración de historias o, en el caso de La montaña mágica, también las conversaciones banales en ocasiones y en otras sobre sesudos temas filosóficos. En este punto cabe mencionar los dos personajes que se disputan el papel de "cicerone" de Hans Castorp y que ha llevado a la crítica a calificar La montaña mágica de "novela de aprendizaje". Por un lado, Settembrini, prototipo de humanista, ateo; por otro lado, el intelectual Nafta, considerado por el narrador "Némesis" del italiano con quien sostiene encarnizadas discusiones teóricas que no conllevan ninguna consecuencia práctica. Y, en medio, Hans Castorp, como quien presencia un partido de tenis, observando las réplicas y contrarréplicas de los dos intelectuales.

     Y aún nos queda por tratar otro título interesante del autor alemán que guarda también relación con algunos temas de la época actual, Muerte en Venecia. Pero esto ya quedará para posterior ocasión.

     

domingo, 3 de mayo de 2020

Humor para la cuarentena: Todo por que rías, de Les Luthiers




     Hay entre este post y el anterior una hilazón que está entre la casualidad y nuestras preferencias culturales de ocio para estas más de 7 semanas ya de confinamiento obligatorio. Nos referimos al dedicado a Pagagnini, de Ara Malikian e Yllana, Sin duda ninguna, el maravilloso montaje de Pagagnini tiene un referente de lujo en los espectáculos de "Les Luthiers", desde sus inicios hace décadas.
     En El País, Álex Grijelmo, que escribe una colaboración en la edición dominical donde, digno heredero de aquel "El dardo en la palabra", de Fernando Lázaro Carreter, se ocupa de señalar algunas incorrecciones en el uso de la lengua castellana y vela porque seamos mejores hablantes y tratemos con mimo a nuestro idioma, el pasado domingo, día 26 de abril, dedicaba un artículo extenso a los geniales Les Luthiers y a su trayectoria larguísima desde 1967 con la creación de numerosos espectáculos artísticos donde combinan humor, música y fabricación de instrumentos entre extravagantes y disparatados. Entre las razones que le llevaron a elegir el tema está la muerte reciente de Marcos Mundstock el pasado 22 de abril, por lo que los componentes del grupo están de luto. Mientras pasa el duelo, Johann Sebastian Mastropiero espera que alguien lo resucite para seguir llevando por el mundo esa conexión mágica con el público que les ha acompañado desde décadas.
     Este espectáculo fue estrenado en 1999, y disfrutamos en él del quinteto canónico de Les Luthiers, antes del fallecimiento de Daniel Rabinovich (en 2015) y del mencionado Marcos Mundstock, hace apenas unas semanas. Precisamente estos dos artistas hacen gala de una química entre ellos envidiable y podemos señalarnos como nuestros favoritos. Ya desde la pieza inicial, "Lo que el Sheriff se contó", parodia de las películas del Lejano Oeste al estilo "luthiers" encarnan los papeles principales del sheriff Benson y Rick, el forajido.
     También muy divertida es la "Loa al cuarto de baño", donde el grupo, como en tantos de sus espectáculos, vuelve a sus orígenes interpretando una pieza musical estrambótica con instrumentos fabricados a partir de una tapa de váter, un bidé, una ducha y una caldera o termo de baño. Se rinde homenaje a esa sala de la casa donde "se respira un aroma a cultura, porque se escribieron no pocos libros y se leyeron muchísimos más".
     Carlos Núñez Cortés lleva la voz cantante en las distintas fases de la Serenata a Cristina, de la tímida (o pusilánime) inicial, a la intimidatoria, pasando por la astrológica.
     Los ya mencionados Rabinovich y Mundstock llevan las riendas del "sketch" Radio Tertulia, donde se escucha "nuestra opinión y la "tulia"", que incluye una entrevista desternillante al grupo musical "London Inspection", traducido como "Londres en el pecho", donde tras la presentación siguen unas preguntas cuyas respuestas en inglés son traducidas un poco de aquella manera, si se tiene en cuenta que ninguno de los presentadores de la "emisión radial" tiene el menor conocimiento de la lengua inglesa.
     Los momentos de mayor altura se alcanzan cuando los cinco músicos unen su talento. Finaliza el espectáculo con el número coral antes del cual se lucen Jorge Maronna y Carlos López Puccio con la pieza "Los jóvenes de hoy en día (RIP al rap).”

S.P.Q.R., de Mary Beard. Segunda parte

    Entre el 112 y el 105 a. C. se desató una lucha por la sucesión del rey de Numidia .   Salustio lo contó 70 años después en su ensayo...