miércoles, 16 de noviembre de 2022

Los europeos, de Orlando Figes

 


    Si un libro tiene cabida en este blog es este por su celebración de lo cultural en todas sus manifestaciones. Por si esta razón no bastara, en tiempos del Brexit, el británico Orlando Figes hace una bonita defensa del deseo de unidad y camaradería que recorrió Europa a mediados del siglo XIX, antes de que la guerra entre Francia y Prusia de 1870 primero y, más tarde, la "Grand Guèrre", se llevaran por delante todos estos sueños de concordia. Además de su minucioso trabajo de historiador, Figes, innegable apasionado de la música y, más concretamente, de la ópera, ofrece esta apoteosis de la cultura europea decimonónica apoyándose en numerosos datos y haciendo un análisis certero de la sociedad de ese tiempo. Los europeos, ofrece un recorrido por los cambios que goza la sociedad del XIX (con el auge del ferrocarril y el tendido de miles de kilómetros buscando la interconexión entre las principales ciudades europeas, los avances en la producción industrial), no enfocado a subrayar los hechos históricos sino a celebrar el bienestar social que produjo la multitud de manifestaciones culturales que cambiaron a la sociedad europea del siglo XIX.


     Cierto es que este bienestar no llegó a todos los estratos sociales por igual, quien disfrutó de todo este estallido cultural compartido en forma de literatura, música, pintura, teatro y museos fue la alta sociedad. Pero algunos fenómenos como el abaratamiento de los libros, el acceso a la educación de las clases medias y la elección de la música como ocio preferido y complemento a la formación de los hijos (un número creciente de pianos adornaban los salones de estas familias burguesas) y el boyante negocio editorial de la venta de partituras a particulares para la práctica personal o las clases particulares de música dan buena prueba de ello. La perspectiva de género es interesante en este aspecto. Las hijas de estas familias de clase media son las que mayoritariamente cultivan su gusto musical mediante la escucha y, sobre todo, la práctica para dominar un instrumento. En novelas como Pride and prejudice, de Jane Austen, encontramos la evidencia de que familias de no muy elevado nivel econónimo afrontaban la compra de un piano por la mezcla de ocio y oportunidad de formación musical que proporcionaba. Sin embargo, estamos a punto de hablar de ella, la protagonista de nuestro libro: Pauline Viardot, nacida Pauline García, fue un genio musical dotada del mayor virtuosismo que desde su infancia vio reconocido en la interpretación, pero sintió como le era vedado el terreno de la composición, que pertenecía en exclusiva a los hombres. No fue la única. De igual manera, Clara Schumann, intérprete consumada, ve lastradas sus incursiones en la composición a partir de juicios severos que procedían de personas cercanas, entre ellas, su marido. Ella los aceptó y renunció a componer. 

     La ciudad desde la que se dirige esta eclosión cultural es París y los personajes elegidos para contarnos la vida de esta alta sociedad europea son el triángulo amoroso formado por el intelectual Louis Viardot, la ya citada Pauline García (que tras su matrimonio asumiría el apellido Viardot) y el escritor ruso Iván Turguénev. Pauline, que es descrita por numerosos testimonios, como una belleza poco usual, tras rechazar a diferentes pretendientes, acepta a Louis (de mayor edad que ella), porque, como aconseja su amiga George Sand, reúne las condiciones idóneas de la figura masculina que necesita Pauline: es un trasunto de la figura paterna fallecida cuando Pauline tenía solo 11 años (Pauline debió superar también la muerte de hermana María Malibrán, cinco años después de la de su padre, y considerada una estrella emergente de la canción; en su debut Pauline gozó y a la vez sufrió el reto de demostrar que podía cantar a la altura de su hermana), es un intelectual, y un agente de artistas avezado y con contactos, capaz de conseguir los mejores contratos para su representada; es, por último, un hombre acomodado y con fortuna, y, presumiblemente, un correcto gestor del patrimonio que amasará Pauline a lo largo de su trayectoria artística. 

      Al principio del libro, se habla del auge de los compositores italianos en la ópera de París. A la altura de 1843 reinan Donizetti, Bellini y, sobre todo, Rossini. Unos años después (era algo más joven que ellos) Verdi arrasaría. Con gran profusión de datos (Orlando Figes aporta numerosos testimonios de la remuneración de los compositores por sus obras, de los cantantes de ópera por sus representaciones, la que reciben los editores y libreros por la impresión de libros, la de los pintores y su relación con representantes, mecenas y galeristas), asistimos al reinado de la ópera y la música clásica en París, al nacimiento de la fotografía y su evolución, las primeras exposiciones universales, la evolución de la pintura desde la escuela de Barbizon hasta el impresionismo al final de siglo. Son numerosos los hombres que se entrecruzan en el camino de nuestra protagonista. Un compositor tan celebrado en su época como denostado más tarde, Meyerbeer, sintió devoción por ella. Otros cayeron rendidos a sus pies, como el compositor Berlioz, quien tal vez no vio recompensados sus anhelos. Sabemos de la existencia de relaciones amorosas discretas con hombres tan relevantes como los compositores Gounod o Rietz. De los testimonios acerca de la reacción de su marido a este respecto pueden deducirse una actitud moderna por su discreción y modo de conducirse. Después de Louis Viardot, o tal vez a la par que él, el otro gran hombre con quien compartió la diva su corazón fue el escritor ruso Iván Turguénev, con quien mantuvo una relación amorosa de décadas, con sus idas y venidas y acercamientos y alejamientos. Los rumores los acompañaron durante todo ese tiempo y llegaron a sugerir que el escritor ruso era, en realidad, el padre de uno o más de los hijos de Pauline.
 

 
     En lo cultural, el desfile de personalidades por casa de los Viardot no cesa. A las veladas organizadas por Madame Viardot acudían Dickens y Flaubert. También parejas como la formada por Georges Sand y su amor secreto Chopin; el matrimonio Robert y Clara Schumann. Los temas transversales a veces son de hondo alcance. A Rusia se le dirige una mirada de calado, donde se analiza su relación con Europa, un tira y afloja que va desde la admiración al conflicto. Y la evolución literaria en menos de cien años que llevará desde los inicios de Gogol o Pushkin, con Turguénev como intermediario, hasta la explosión de genios como Tolstoi y Dostoyevski. En cada una de las ciudades donde viven o trabajan de forma continuada los Viardot, presenciamos la vida cultural del momento como espectadores de lujo. Las giras de Mme. Viardot por Rusia nos permiten conocer de primera mano la fascinación de los rusos por la música italiana. Buscando a la par esplendor cultural y provecho económico, desde París se mudan los Viardot a Baden Baden y somos copartícipes de la Europa de los balnearios y la vida cultural alemana (imposible no recordar la lectura de Thomas Mann y su Montaña mágica, de la que hemos tratado en este blog). Todo este sueño de cosmopolitismo cultural, este clima de concordia que ilusiona en pensar en una clase social europea común, se tuerce en la guerra franco-prusiana que estalla en 1870. Los antiguos camaradas unidos por sus afinidades culturales se vuelven enemigos. Y los Viardot cambian Baden Baden por Londres. Louis Viardot es de origen francés y la familia ya no será aceptada por sus vecinos alemanes, ni siquiera al final de la guerra. Malvenden la casa alemana y vuelven a París. La culpa entre otros factores será del nacionalismo y tanto Pauline como Turguénev sufren al comprobar cómo el genio musical Wagner, portador de la "música del futuro" es capaz, a la vez de crear tanta belleza, de exacerbar los sentimientos nacionalistas alemanes con ideas antisemitas y antieuropeas.
 
En la última parte del libro, los Viardot encuentran otro lugar de disfrute cultural, en este caso, a las afueras de París, Bougival,  paraíso elegido por los impresionistas, donde compran una nueva mansión en esta ocasión más modesta que las anteriores, y Turguénev se construye una dacha en el terreno circundante. Es el capítulo para los momentos luctuosos. Asistimos a la muerte de Flaubert (una de las personas más queridas por Turguénev), de Víctor Hugo. Y finalmente a la disolución de nuestro trío protagonista tras la muerte con unas pocas semanas de diferencia de Louis Viardot y de Turguénev. Desesperada por la muerte de los dos hombres de su vida, Pauline se arrojó por una ventana de su vivienda. Afortunadamente, fracasó en su intento de quitarse y la vida y aún sobreviviría a sus amados 17 años, en los que siguió siendo una personalidad de la música y de las artes en París: continuó con las veladas musicales y culturales a las que asistían la "crème de la créme" de la sociedad parisina, se erigió en valedora del testamento literario de Turguénev, entre sus alumnas, surgieron numerosas estrellas de la ópera. En diciembre de 1909, unos meses antes del fallecimiento de Madame Viardot encontramos una síntesis estupenda de la vida de esta en las siguientes palabras del compositor Camille Saint-Saëns:

"De cuántos cambios ha sido usted testigo en su vida: El ferrocarril, el barco de vapor, el telégrafo, las farolas de gas, el telegrama y la luz eléctrica... Los ha visto aparecer y ahora hay automóviles que se mueven solos, telégrafos que hablan y aviones... ¡Y cuántas transformaciones en el campo del arte! Cuando usted hizo su debut, Rossini, Bellini y demás se encontraban en el apogeo de su gloria; después, vio el brillante reinado de Meyerbeer, cómo -y de entre qué neblina- surgía el arte de Richard Wagner."



 

S.P.Q.R., de Mary Beard. Segunda parte

    Entre el 112 y el 105 a. C. se desató una lucha por la sucesión del rey de Numidia .   Salustio lo contó 70 años después en su ensayo...