http://www.edhasa.com.ar/libro.php?ean=9788435008914&t=La+monta%C3%B1a+m%C3%A1gica |
(Atención, puede contener
espóiler) Al leer varios artículos, como ya hemos comentado en el blog,
relativos a lecturas aconsejadas para la cuarentena, aparecía este libro en el suplemento literario Babelia,
de El País,apadrinado, nada menos que por Mario Vargas Llosa, y las
opiniones del escritor peruano sobre literatura hay que tenerlas muy en cuenta
(mucho más que aquellas que vierte como comentarista político, pero en fin, ese
ya es otro tema) ¡Qué acierto tan fantástico y vaya sorpresa favorable la de
esta lectura! Mirando por el retrovisor, la primera vez que escuché este título
fue en el programa apresurado de la Literatura del siglo XX, en el antiguo
Curso de Orientación Universitaria (el afamado C.O.U.), junto a decenas de
lecturas más a las que prometí atender algún día. Después, no encuentra uno el
momento pero, desde la declaración del Estado de Alarma el pasado 14 de marzo,
sentí que el universo me mandaba señales inequívocas de que tenía que leer este
libro. No solo por encabezar las recomendaciones de los suplementos culturales,
sino, sobre todo, por ser el libro preferido de la protagonista de mi anterior
lectura, la Dita Adlerova de La bibliotecaria deAuschwitz, que ha sido objeto de un
post reciente. Argumentaba Dita que el encierro en el sanatorio de
Berghof en el que ingresa el protagonista de La montaña mágica, el joven alemán Hans Castorp, tenía, salvando
las distancias, similitudes con el de la propia Dita. Ambos son lugares a los
que se llega con la idea de que será un destino temporal, y con desesperación,
con el lento discurrir de los días, uno toma conciencia de que la estancia allí
llevará más tiempo de lo previsto. A la vez, se trata en ambos sitios de que la
vida y la muerte bailan de continuo una macabra danza y los personajes cercanos
a los protagonistas de ambas novelas están vivos un día y, al otro, ya no lo
están. Es, sin duda, una novela de las que podemos calificar “de
confinamiento”, idónea para una situación como la actual, que hace apenas unos
meses no es que no pudiéramos ni siquiera imaginar, sino que habríamos
rechazado por inverosímil si nos la hubiera planteado una novela de ficción de
serie B que leyéramos en ese momento. La
habríamos considerado un exceso de la mente calenturienta de un escritor
fascinado por las epidemias víricas.
Según palabras del propio Thomas Mann en
el prólogo, la novela está ambientada en los años previos a la I Guerra Mundial
(o la Grand Guèrre, según la denominación que hizo fortuna en la mayoría de los
países europeos). Pues bien, entrando en materia, Hans Castorp, el
protagonista, es un joven prometedor de la burguesía de Hamburgo. Se quedó
huérfano de madre y padre siendo un niño y, tiempo después, fallece también su
abuelo, el patriarca Hans Lorenz, que había llevado el apellido Castorp a las
altas cimas de la política local en su calidad de senador. Con la muerte de su
querido abuelo, queda privado de lazos familiares y crecerá bajo la tutela
legal de la familia Tiennapel, cuyo representante designado, el tío James, se
encargará de hacer llegar al joven Hans las rentas mensuales que les
corresponden dada la desahogada posición económica de su familia de origen.
Así, Hans Castorp se ha convertido en el
prototipo perfecto de pequeño burgués germano, un ingeniero naval de 22 años,
recién licenciado, que se dispone a incorporarse laboralmente a la marina civil
de su ciudad local y que, antes de ello, planea unas vacaciones en el sanatorio
Berghof, en la localidad suiza de Davos. Después de atravesar Alemania en tren
y parte de Suiza, llega por fin a la estación de Davos donde le espera su primo
Joachim Ziemssen, joven de su misma edad, de aires y gestos marciales que
espera hacer carrera militar una vez supere las dificultades de salud que le
mantienen confinado en el sanatorio. Uno de los logros de Thomas Mann es
aclimatarnos al ritmo de la novela con un primer cuarto de libro (unas 250
páginas) que narra las tres primeras semanas de Hans Castorp, como invitado
entre los pacientes. Esta distinción no es baladí, ya que el ser paciente da un
caché, un estatus, del que carece cualquier invitado, por muy interesante que
este sea. Por otro lado el orden social allí está acrisolado a más no poder y
Hans Castorp dedica todas sus energías a entender el funcionamiento de esa
microsociedad, los resortes que hacen funcionar los grupos y que adjudican a
cada persona recién llegada a uno u otro en función de su origen, la lengua en
que se comunica, el estrato social del que procede, sus aficiones o inclinaciones,
etc. En la sociedad aparte que constituyen "los de arriba" la
actividad es mínima y se reduce a varias comidas al día como acto social
protagonista, paseos, tertulias y, sobre todo, la inactividad más absoluta en
forma de curas de reposo que se repiten varias veces al día. Allá, arriba
el joven ingeniero Hans Castorp, enfermará, perderá a seres queridos,
experimentará el amor más atormentado, sufrirá, cual poeta renacentista, el
desdén de la amada, el mal de ausencia, la punzada de los celos, se iniciará en
el deporte del esquí, se perderá en una tormenta de nieve tras ignorar las
advertencias de la Naturaleza, todo ello con un concepto elástico del tiempo
con el que Thomas Mann juega a su antojo, nos lo presenta de forma engañosa,
nos lo escamotea, cual se de un trilero se tratara, parece que habla de meses y
hete aquí que han pasado años.
Se trata de una vida jalonada
de pequeños momentos sociales y, al mismo tiempo, donde no hay nada que hacer.
Y es ese “dolce far niente” el que empareja este libro con nuestra época actual
de parálisis por la epidemia, al igual que en el Decamerón, donde el marco o
“cornice” que engarza las historias es también la necesidad de los jóvenes de
ser entretenidos, de distraer su ociosidad, mediante el flirteo, la narración
de historias o, en el caso de La montaña mágica, también las conversaciones
banales en ocasiones y en otras sobre sesudos temas filosóficos. En este punto
cabe mencionar los dos personajes que se disputan el papel de
"cicerone" de Hans Castorp y que ha llevado a la crítica a calificar La
montaña mágica de "novela de aprendizaje". Por un lado,
Settembrini, prototipo de humanista, ateo; por otro lado, el intelectual Nafta,
considerado por el narrador "Némesis" del italiano con quien sostiene
encarnizadas discusiones teóricas que no conllevan ninguna consecuencia
práctica. Y, en medio, Hans Castorp, como quien presencia un partido de tenis,
observando las réplicas y contrarréplicas de los dos intelectuales.
Entre los
enlaces que nos han sido de ayuda para elaborar este "post" están
sendos artículos en El País: uno de Luis Fernando Moreno Claros, de título "En el
mundo de arriba"; otro de Rosa Montero, titulado "Las páginas tediosas de La
montaña mágica." Y, por último, "Una
dialéctica de instinto y razón: La montaña mágica de Thomas Mann",
de Ciro Schmidt Andrade.
Y aún
nos queda por tratar otro título interesante del autor alemán que guarda
también relación con algunos temas de la época actual, Muerte en Venecia.
Pero esto ya quedará para posterior ocasión.
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