domingo, 22 de marzo de 2009

Gran Torino, de Clint Eastwood


No conocí la obra de Clint Eastwood como director hasta 1992 con Sin perdón, bastante más tarde de lo que me correspondía por edad. Simplemente, no me interesaban los temas que trataba en sus películas. Desde ese gran western crepuscular (término referido al género no al cineasta), no he dejado de seguirle: Los puentes de Madison (1995), una historia de amor imposible a la que es difícil resistirse; Medianoche en el jardín del bien y del mal (1997) presenta esa imagen del Sur estadounidense tan sugerente y a un gran Kevin Spacey; Mystic River (2003)nos cuenta una conmovedora tragedia familiar con una figura paterna protagonista encarnada magistralmente por Sean Penn, Million dolar baby (2004), sobre la prometedora carrera trágicamente truncada de una joven y cabezota boxeadora. Se trata de una selección puramente subjetiva, caprichosa si se quiere,cuyo criterio de elaboración sólo obedece a los buenos momentos que me hicieron pasar en algún momento de mi vida.
Clint Eastwood está acostumbrado a luchar a la contra y hacer de la necesidad, virtud. Cuentan que al inicio de su carrera, cuando en 1954, le ficha la Universal, enseguida le descartan como galán porque su físico enclenque no lo hacía idóneo, más tarde protagonizó una mediocre serie western televisiva, Rawhide, que pudo abocarle al fracaso como a tantos otros actores. Fue criticado por protagonizar los spaguetti-western de Sergio Leone, considerados una segunda división del género americano del Oeste. Uno de sus grandes éxitos de taquilla, la trilogía de Harry, el sucio le acarreó acusaciones de racismo y machismo por parte de grupos de izquierda americanos, críticas de las que tuvo que salir al paso. También la crítica se cebó con él por su forma de actuar inexpresiva, cercana al hieratismo, tanto si el papel lo requería como si no. Superadas todas estas dificultades, Clint Eastwood comenzó a remar a favor de corriente desde el citado año de 1992, como si la interpretación del viejo vaquero William Munny, acabado y a la vez revestido de dignidad, le pusieran en paz con el "establishment" de Hollywood. Desde entonces y hasta hoy, su talla como cineasta no ha dejado de crecer.
Ahora se presenta Gran Torino y parece, de nuevo, que Eastwood ha dado en la diana. Entre sus mejores bazas, cabe destacar el sólido guión de Paul Haggis que combina guiños de simpatía a los veteranos americanos de distintas guerras, patriotas irreductibles, con un mensaje de tolerancia al crisol de culturas en que se han convertido muchas pequeñas ciudades norteamericanas y, a la par, denuncia de la lacra de las bandas organizadas, culpables de la violencia y la delincuencia de la sociedad de hoy en el mundo civilizado.

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