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jueves, 15 de enero de 2009
La hija del aire, de Calderón de la Barca
Muchos son los buenos momentos que hemos pasado en la avenida de Nazaret, nº 2, viendo teatro español del Siglo de Oro, tanto en la sala pequeña (donde, por cierto, el pasado 13 y el 14 de enero se pudo ver Belgrado, de Angélica Liddell, en un montaje a cargo de alumnos de la R.E.S.A.D.) como en la impresionante sala Valle-Inclán. Recordamos algunos de los más cercanos en el tiempo: Los comendadores de Córdoba, Morir pensando matar o El arrogante español o caballero de milagro.
En esta ocasión, la cita era con la primera parte de La hija del aire, de Calderón de la Barca, los días 14, 15 y 16 de enero (Sí, aún puede verse mañana y es una alternativa muy recomendable). La elección del drama constituye todo un desafío teniendo en cuenta que los antecedentes de puesta en escena de este drama corrieron a cargo, nada menos que de Miguel Narros, con Ana Belén en el papel de Semíramis, y más recientemente, en 2004, Blanca Portillo fue premiada por su interpretación de Semíramis, con dirección del argentino Jorge Lavelli.
Con nombres más modestos, la puesta en escena que propone el director César Barló suple la carencia de medios con entusiasmo y frescura. En esta ocasión, se ha optado por una escenografía arriesgada que lleva la acción a la época contemporánea: hay un despliegue de medios tecnológicos y, por ejemplo, el rey Nino recibe a su general con un partido de baloncesto uno contra uno, las espadas son reemplazadas por pistolas tipo Magnum y el duelo a espada se sustituye por una pelea de artes marciales. Se trata de una propuesta arriesgada, aunque proporciona la ventaja de acercar el conflicto, y un texto verdaderamente difícil, a los espectadores. Ha de decirse, por otro lado, que existe un respeto reverencial declarado expresamente por el director en el programa de mano al texto y la métrica.
Repite el elenco de Los comendadores de Córdoba, que nos entusiasmó, como ya hemos contado aquí. Alberto Gómez, en un registro muy diferente del de Los comendadores, se mueve con soltura y corporeiza un malvado rey Nino que combina crueldad y cinismo. Rakel Camacho, como Irene, está soberbia con una carnalidad seductora que pone a prueba el protagonismo de Semíramis. Y la pareja de graciosos Tito Rubio-Chato y Sirene-Triana Zárate funcionan espléndidamente otra vez y encuentran una complicidad en el público basada en las dificultades atemporales que tienen hombres y mujeres para comprenderse.
Con tan buenos mimbres, no sale tan buen cesto como Los comendadores de Córdoba y nos resulta difícil diagnosticar por qué. La elección de un texto (disponible, por cierto en el siguiente enlace) donde se censura la ambición y el deseo de la fama a toda costa (males de nuestra sociedad actual) sí nos parece pertinente, aunque el texto es farragoso y difícil y no llega de forma fresca al espectador; quizá está "poco rodado" y no engranan bien todos los mecanismos (cansan las pausas excesivas y el ritmo lento de los diálogos en algunos momentos). Con todo, son pequeños inconvenientes en un montaje sobresaliente y recomendable, aunque no iguale, en nuestra opinión, el rotundo éxito de Los comendadores de Córdoba.
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