jueves, 29 de agosto de 2019

Locos por Grecia. Día 1: La Acrópolis de Atenas. 13 de abril de 2019


     Tras un magnífico desayuno en el Novotel Athens, salimos a las 9 de la mañana en dirección a la Acrópolis en un taxi que tomamos en la puerta del hotel. El trayecto tiene un coste de 7,60€.  Aquí cabe hacer un inciso sobre los males del turismo actual que saltan a la vista en estos lugares archideseados por masas de gentes procedentes de casi cualquier parte del Globo. El reciente artículo en El País de María Antonia Sánchez-Vallejo, titulado El último asedio de la Acrópolis, aborda el fenómeno de la "turistificación", es decir, la contradicción que supone que el turismo haya dado un respiro a la maltrecha economía griega en la última década y suponga a la vez una fuente inagotable de problemas y quejas de los ciudadanos griegos. 
     Si a lo anterior, añadimos que es sábado, nos tememos una multitud haciendo cola para  comprar entradas, pero afortunadamente el trámite va rápido (Las entradas al recinto de la Acrópolis nos cuestan 40€: dos adultos y dos niños). Eso sí, la impresión es engañosa. El recinto de la Acrópolis es tan grande y traga tanta gente que nos basta llegar a la primera parada de la visita (el Odeón de Herodes Ático) y más tarde los Propileos, para darnos cuenta de que no vamos a estar solos. Al llegar frente al Partenón, nos embarga la emoción que sentimos hace  17 años, cuando lo vimos por primera vez. Si bien la fachada principal toda cubierta por andamios no ayuda.

     Tras la visita a la Acrópolis, nos dirigimos al templo de Zeus Olímpico, bajando por Lisitratous, hasta llegar al Arco de Adriano. A pesar de su ruinoso estado, las escasas columnas que quedan en pie dan prueba de la grandiosidad de este templo consagrado a Zeus que fue el mayor de toda la Grecia peninsular. Eso sí, tardó mucho en construirse, desde el año 515 a. C. hasta su finalización en época de Adriano, en el siglo IV d. C. 


     Después de esto, aún nos resta una visita al barrio de Pláka antes de la hora de comer. Bajo la amenaza de la lluvia que, por momentos, se hace presente, recorremos la calle comercial Adrianou y terminamos por comer junto a la catedral Mitrópolis, exactamente en el Café Centrale (aquí puedes ver la información sobre el sitio que ofrece Trip Advisor). Comimos ensalada griega, mousaká vegetariana y dos hamburguesas (admitimos que no es una comida muy griega, pero cuando uno viaja con niños suelen suceder estas cosas). Todo por 37€. A la salida del restaurante, llovía, de manera que echamos mano de los impermeables y nos tocó caminar a paso rápido hacia el Museo de la Acrópolis, que era nuestro siguiente destino. Las entradas al museo tenían un precio de 20€. A la salida recorremos brevemente el barrio de Makrigianni, donde se halla el museo, antes de volver al hotel en metro.
     Después de un tiempo de descanso y aseo, salimos en dirección al barrio de Exargia, donde cenamos en Mystic Pizza. Exargia no tiene comparación a nada de lo que hayamos visto hasta ahora. Comparándolo con nuestra experiencia de Madrid, sería como mezclar en un vaso de batidora una parte del barrio de Lavapiés, otro tanto de Malasaña y aderezarlo con unas cuantas calles del distrito de Moncloa, cercanas a Ciudad Universitaria. De hecho, volvemos caminando al hotel por la calle Stournari y vemos algunos de los edificios más representativos de la universidad, donde se cocinaron los movimientos de protesta antiausteridad que han sacudido Grecia en los últimos años, como atestigua magistralmente Petros Márkaris en su obra Pan, educación y libertad.

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